Cuando nos tomamos un tiempo para pensar, para observar, simplemente para detenernos a escuchar nuestra propia respiración, nuestros constantes e incansables latidos del corazón, comprendemos que la vida, de forma literal, es tan parecida a al encandilante acto de un relámpago.
Subí al coche y abroché mi cinturón de seguridad empezábamos a internarnos por aquellas amplias, lindas y paradisíacas carreteras del bajío, y todo pintaba favorablemente para regresar luego de unas vacaciones en familia que nos habíamos dado por el bello estado de Guanajuato.
La caravana del tiempo no perdonaba y la naturaleza parecía hacer lo mismo, después de regalarnos una bella tarde el cielo empezó a opacarse y una gota sobre el parabrisas anunciaba una tormenta.
Irónicamente mientras mis audífonos me regalaban una excitante música, saqué mi cámara porque el cielo parecía partirse en dos, por un lado un exuberante paisaje soleado y lleno de vida y por otro (por nuestro rumbo) un acechante camino oscuro que parecía tragarnos en medio de la nada, lo irónico del caso, es que las tormentas nunca fueron de mi total agrado y con una fuerte estimulación el miedo se volcó a una extasiante adrenalina que me hizo capturar el momento en que aquel resplandor que iluminaba el cielo duró tan poco, tan veloz, tan torrente al ritmo del shot de aquella vieja cámara, que me hizo pensar que la vida dura un tiempo y el tiempo altanero y caprichoso dura toda la vida.
Toma tiempo para perdonar, para amar, para dar, para reír, para vivir, porque la vida es como éste rayo, puede ser muy luminosa y encandilante pero corta y sin tregua para regresar.
Subí al coche y abroché mi cinturón de seguridad empezábamos a internarnos por aquellas amplias, lindas y paradisíacas carreteras del bajío, y todo pintaba favorablemente para regresar luego de unas vacaciones en familia que nos habíamos dado por el bello estado de Guanajuato.
La caravana del tiempo no perdonaba y la naturaleza parecía hacer lo mismo, después de regalarnos una bella tarde el cielo empezó a opacarse y una gota sobre el parabrisas anunciaba una tormenta.
Irónicamente mientras mis audífonos me regalaban una excitante música, saqué mi cámara porque el cielo parecía partirse en dos, por un lado un exuberante paisaje soleado y lleno de vida y por otro (por nuestro rumbo) un acechante camino oscuro que parecía tragarnos en medio de la nada, lo irónico del caso, es que las tormentas nunca fueron de mi total agrado y con una fuerte estimulación el miedo se volcó a una extasiante adrenalina que me hizo capturar el momento en que aquel resplandor que iluminaba el cielo duró tan poco, tan veloz, tan torrente al ritmo del shot de aquella vieja cámara, que me hizo pensar que la vida dura un tiempo y el tiempo altanero y caprichoso dura toda la vida.
Toma tiempo para perdonar, para amar, para dar, para reír, para vivir, porque la vida es como éste rayo, puede ser muy luminosa y encandilante pero corta y sin tregua para regresar.